Fotografía analógica en el momento menos analógico de la historia

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La generación más preparada para la era digital empieza a comprender que hay cosas demasiado importantes como para dejarlas a merced de un puñado de unos y ceros. Hablar de una revolución analógica quizás sería demasiado exagerado. Más bien, como dice el fotógrafo Borut Peterlin, se trata de una antirrevolución dentro de la revolución digital.

La fotografía es quizás la forma artística más relacionada con la tecnología. Ya sea en su forma estática o en su forma en movimiento (el video), siempre ha dependido de los avances científicos y tecnológicos para su evolución, haciendo que cada nuevo avance barriese todo lo anterior y se estableciera como la manera casi única de capturar imágenes.

Desde que Niépce hiciera aquella fotografía de los tejados que se veían desde su ventana allá por el siglo XIX hasta la foto que hiciste con tu móvil en Ikea para recordar la referencia de una estantería, la evolución ha sido vertiginosa.

En apenas 150 años de historia la fotografía ha pasado por multitud de técnicas, entre las que el carrete ha sido la más usada, incluso comparándola con la tecnología digital. Aunque sea por tiempo en el mercado, sería justo decir que todavía es la reina de las técnicas fotográficas.

Dentro de esta evolución frenética en la que lo más nuevo devora todo lo anterior y lo hace desaparecer, con el cambio de milenio algo cambia también en la fotografía. Ya no hacen falta carretes, ni químicos, ni esperar para disfrutar de nuestras imágenes. Ahora las fotos se hacen con aparatos digitales que las proporcionan al instante, listas para imprimir o visualizar en algunos dispositivos. Instantáneo, mucho más barato, mucho más sencillo. El veredicto está claro. La fotografía analógica ha sido condenada a desaparecer.

Paulatinamente, las marcas dejaron de producir material analógico. Unas desaparecieron, otras fueron absorbidas por firmas más grandes, otras se pasaron al mercado digital, con más o menos éxito, y en cuestión de 10 años la fotografía analógica pasó a ser algo que solo unos pocos practicaban, la mayoría por nostalgia o porque simplemente no estaban preparados para el salto digital.

INIMAGINABLE

De repente, un ejército de jóvenes con hambre de realidad, saturados del entorno digital a través del cual estudian, se entretienen, trabajan, se relacionan o compran, descubre que existe una forma diferente de tomar fotografías. Son jóvenes a los que no les mueve la nostalgia, pues ya cuando nacieron apenas existía la fotografía analógica. Entonces, ¿por qué este repentino interés por hacer difícil lo que la tecnología digital nos ofrece de una manera sencilla y precisa y, en resumen, fácil?

Fotografía analógica en el momento menos analógico de la historia

Sales de Plata es un espacio analógico situado en pleno Madrid. Laboratorio, tienda y lugar en el que se imparten cursos de fotografía. Su largo recorrido le ha hecho ser testigo de la evolución del medio analógico tras la crisis digital.

«Desde que empezamos con la tienda, nuestro público ha cambiado de ser gente mayor nostálgica a gente más joven», cuenta Marta Arquero, cofundadora de Sales de Plata.

«El público analógico está rejuveneciendo, ya no se trata de una generación nostálgica que busca el recuerdo de una cámara o el olor a químico de su adolescencia; son nuevos usuarios que nunca antes han visto un carrete, que no tienen interiorizado cómo la imagen se expone sobre la película, que se acercan a este medio por verdadero interés hacia algo desconocido y único lleno de posibilidades».

La nueva atracción del público más joven por la fotografía analógica ha sido percibida también por diversas marcas que ahora, en sus campañas publicitarias, hacen uso de elementos como cámaras, negativos o la manipulación en sus fotografías para dar este look analógico dentro de su imagen, retroalimentando este bum y haciendo que lo que empezó como curiosidad o desaturación digital se haya convertido en una moda.

«La cámara analógica quizá se ha convertido en un elemento más de toda la cultura urbana actual. Así, el carrete es casi un símbolo de estatus, de diferenciación, una manera de ocio y cultura alternativas», explica Cristóbal Benavente, la otra mitad del proyecto.

Esto ha supuesto que algunos modelos de cámaras hayan multiplicado su valor en el mercado de segunda mano por haberse visto en manos de celebrities, influencers o en campañas de publicidad. Modelos como la Olympus Mju II, que se podían encontrar fácilmente por entre 20 y 30 euros hace algunos años, ahora son imposibles de comprar por menos de 150 euros en buen estado (hablamos de cámaras con más de 20 años a sus espaldas).

En definitiva, la fotografía analógica, tras un momento de incertidumbre y su casi extinción, parece haber encontrado su hueco dentro de una sociedad cada vez más digital y no tiene planes de desaparecer.

IMÁGENES IRREPETIBLES

La fotografía analógica es aquella en la que no se usan medios digitales en la totalidad de su creación. Es una mezcla de reacciones químicas, luz, física… Es algo que se podría conseguir sin la ayuda de un ordenador o ni tan siquiera electricidad. Para muchos es magia. Pero ¿qué lo hace tan especial?¿Por qué este bum? Y sobre todo, ¿por qué ahora?

Vivimos en un momento de la historia en el que cada vez más las cosas suceden tocando un botón. Tocas un botón y listo. Dices en voz alta qué música quieres escuchar y esta suena mágicamente a través de un aparatito que tienes en un rincón. Sin tener ni idea de cocina, metes unos ingredientes en un aparato (que encima se llama robot), pulsas un botón y listo, comida preparada y deliciosa.

Pulsas un botón en tu teléfono y otro robot te limpia el suelo. Apuntas con la cámara de tu teléfono móvil a una persona y este reconoce su cara, enfoca directamente a sus ojos y dispara justo cuando sonríe. Y por si fuera poco, un software de inteligencia artificial se encarga de taparle los poros de la piel y eliminarle las patas de gallo. No somos partícipes de las cosas que nos rodean, da la sensación de que todo se hace solo.

Sin embargo, cuando coges una cámara y le pones un rollo de película, todo esto se desmorona. Hay mil decisiones que tomar que influirán en el resultado. Tipo de película, ISO, formato, tipo de cámara… todo afecta y todo sucede ahí, ante tus ojos. Decisiones en las que Ctrl+Z no funciona, porque todo está sucediendo de verdad, no es una emulación.

Vives y capturas el momento de una forma irrepetible, porque así es como funciona. Cada momento es irrepetible. Y cuando has tomado las 36 exposiciones, no hay marcha atrás, la adrenalina se dispara sabiendo que, hayan salido como hayan salido, esas 36 capturas son testigos reales, físicos y tangibles de 36 momentos únicos.

Como dijo Bender en pleno siglo XXXI (séptima temporada de Futurama), «ninguna cámara digital puede capturar la calidez y el grano de una buena película antigua».

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