¿Qué hacer? La lucha por una organización revolucionaria en Francia

Entrevista realizada por la revista Ballast de Francia, en el marco de un dossier sobre estrategias de ruptura con el sistema capitalista.

Presentamos a continuación una traducción de la entrevista realizada por la revista Ballast a los militantes de Révolution Permanente y de la Corriente Comunista Revolucionaria (CCR) de Francia, Anasse Kazib y Laura Varlet. Actualmente, los militantes de la CCR se encuentran inmersos en una intensa campaña de recogida de firmas para tratar de presentar la candidatura anticapitalista de Anasse Kazib a las próximas elecciones presidenciales en Francia [1]. Al mismo tiempo, están aprovechando esta campaña para reivindicar un programa revolucionario de independencia de clase.

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Anasse Kazib y Laura Varlet son trabajadores ferroviarios y activistas sindicales de SUD-Rail. Junto a sus compañeros, forman parte de la dirección de la organización Révolution Permanente. Éste es también el nombre de su medio de comunicación, parte integrante de la red internacional La Izquierda Diario y de la Facción Trotskista - Cuarta Internacional. Desde su ruptura con el NPA en 2021, Révolution Permanente navega en solitario y apuesta, a través de la voz de Anasse Kazib, por las próximas elecciones presidenciales: la difícil recolección de 500 patrocinios está en marcha. Frente a la izquierda “reformista”, Kazib y Varlet reivindican una vía revolucionaria; frente a la izquierda “espontaneista”, defienden la toma del poder del Estado mediante la huelga general y la instauración de un gobierno de los trabajadores. La joven organización marxista aspira a aglutinar a “la clase trabajadora en toda su diversidad”: las luchas antirracistas, feministas y LGTB están, por lo tanto, en el centro de su compromiso. En el marco de este dossier enteramente dedicado a las diferentes estrategias de ruptura con el orden dominante, fuimos a su encuentro.

Ballast: Hace unos meses una declaración de Anasse desconcertaba a algunos sectores de la izquierda anticapitalista: mientras gran parte de los militantes temen que nos encontremos en un periodo “prefascista”, usted parece estar en desacuerdo con dicha idea.

Anasse Kazib: Primero habría que definir qué se entiende como tal. Hay un aumento de las ideas reaccionarias en la esfera mediática-política y en una parte de la población: ¡en eso estamos de acuerdo! Estos discursos influyen incluso sobre la izquierda institucional: Montebourg [2] rebusca en el diccionario de la extrema derecha para hablar sobre las expulsiones de inmigrantes ilegales; Roussel [3] predica devolver a los inmigrantes ilegales a su lugar de origen; Jadot [4] agradece la intervención de RAID y de GIGN en Guadalupe. Pero si bien las ideas políticas más de izquierda son minoritarias en el debate público, por otro lado tienen mucha fuerza en la sociedad, en la juventud, en los movimientos sociales. ¡El movimiento de los Chalecos Amarillos en 2018 fue una verdadera revuelta popular, la más subversiva desde 1968! La huelga contra la reforma de las pensiones en 2019 puso a la clase obrera organizada en el foco, con una nueva generación de trabajadores proveniente de la inmigración (como los maquinistas de las cocheras de buses de la RATP contratados tras las revueltas de 2005 en las banlieus [5]. Sin hablar de los movimientos en apoyo a Black Lives Matter, el Comité Adama contra la violencia racista de la policía, la manifestación Nous Toutes, los movimientos ecologistas…

De hecho, en gran parte como reacción a estos fenómenos una parte de la clase dominante y del debate político se radicaliza por derecha. Sin negar el peligro que representan las ideas defendidas por fuerzas reaccionarias como Reagrupamiento Nacional o Eric Zemmour, ni el hecho de que ciertos grupúsculos fascistas se sientan con fuerzas y pasen a la acción (como ocurre en ciudades como Lyon), hablar actualmente de “prefascismo” me parece problemático. Porque corremos el riesgo de creer que hay una suerte de inevitabilidad del fascismo, como único horizonte, cuando en realidad la situación está aún más polarizada y abierta. Y su evolución dependerá esencialmente del desarrollo de la lucha de clases.

Laura Varlet: No creo que se esté dando una derechización de la “sociedad” en su conjunto: en las clases populares y en gran parte de la población, las preocupaciones son mayoritariamente sociales. Pero hay sectores de la clase dominante que radicalizan su discurso y quieren imponer respuestas derechistas a la rabia que existe desde abajo. Por ejemplo, con la cuestión de la pandemia. Esta ha acelerado la crisis económica subyacente: despidos, degradación de las condiciones laborales, amenazas de caídas salariales… la cuestión actualmente es saber quién va a pagar la crisis. Ahora bien, la extrema derecha trata de hacer creer que la forma de limitar los estragos de esta crisis es atacar a los extranjeros o a los musulmanes.

Anasse Kazib: Había un revolucionario ruso, León Trotsky, que afirmaba que, en el marco de la democracia burguesa, la clase dominante se apoya en la domesticación y canalización de las clases populares a través de las elecciones y por sus intermediarios en la dirección del movimiento obrero. En cambio, el fascismo es la elección de la burguesía de confrontar militarmente a las organizaciones del movimiento obrero: el momento donde la burguesía considera que su democracia es insuficiente para defender sus intereses. ¿Nos encontramos en ese momento histórico? ¿Hay tal inestabilidad política para considerar que estamos en una situación prerrevolucionaria para que la burguesía se plantee el fascismo? ¿Existe una fuerza capaz de arrasar con la Francia Insumisa, el Partido Comunista, el NPA, la CGT, Solidaires, Attact y los movimientos sociales? No. Al menos no por el momento, y esto es importante porque nos da tiempo para prepararnos. No decimos que el fascismo sea un fenómeno limitado a los años 30 y que no pueda volver a darse. Pero no dejar de decir que viene el lobo puede hacer que acabe por devorarnos. Aquellos y aquellas que consideran que “el fascismo está a las puertas”: ¿qué hacen para ser consecuentes con esa caracterización? ¿Una persona como yo debería vivir en la clandestinidad o exiliarse para evitar la prisión o ser asesinado por fascistas?

Nuestra generación (treintañeros) ha vivido periodos de luchas relativamente tranquilas: en los años 90, la única policía que se veía en las manifestaciones era la de tráfico. Vivimos un giro autoritario desde 2016 y en las manifestaciones contra la ley del Trabajo. Pero que haya una situación autoritaria, represiva y reaccionaria no equivale a la existencia de un Estado fascista que arrasa al movimiento obrero. ¡El 17 de octubre de 1961 [6] o las persecuciones étnicas de los años 80 no han sido analizados como fenómenos fascistas, a pesar de que el nivel de violencia fue claramente superior al actual!

B: En 2018 Anasse dijo que había que construir “un partido de la clase obrera”. Tres años más tarde, es candidato a las presidenciales por Révolution Permanente. ¿Cómo va ese partido?

Anasse Kazib: No nos definimos aún como un partido. Somos una organización o corriente política de la extrema izquierda compuesta por varios centenares de camaradas. Un partido tiene que ser capaz de influenciar en una franja importante de las masas, lo cual no es nuestro caso. Nosotros luchamos contra la implosión del NPA a través de una lectura política: defendíamos –junto a otras tendencias– una línea de intervención en la lucha de clases, mientas que la antigua dirección histórica –proveniente de la LCR– defendía, en última instancia, una estrategia de alianzas electorales con la izquierda institucional. Hubo el Big Bang con Clémentine Autain [7], luego las alianzas con La France Insoumise a nivel municipal y regional. En tanto que comunistas revolucionarios, cuestionábamos que el partido se definiese únicamente por la negativa (como anticapitalista) pero no se expresara abiertamente un proyecto de lucha por la emancipación comunista. Mi candidatura se propuso a nivel interno en un momento en el que una parte importante de la dirección de la organización, incluyendo a Phillipe Poutou, no quería presentar candidatura alguna. En algunos debates internos, pero también en declaraciones públicas dejaban caer que no habría una “candidatura testimonial”, y entendimos que buscaban dar espacio a Mélenchon o a una hipotética recomposición de la izquierda anticapitalista junto con la institucional.

Como respuesta a la propuesta de mi candidatura, se forzó nuestra salida al excluirnos de reuniones y asambleas generales, renegando de todos los principios de la democracia obrera: ¡las tendencias debaten y se convencen sobre las estrategias a adoptar! Por desgracia, tras una década de crisis del NPA y una enorme hemorragia militante (el NPA pasó de más de 9.000 militantes [8] a poco más de 1.000 actualmente) la tradición democrática de la ex LCR ha sido echada a perder. La dirección actual considera que todos los medios son buenos con tal de mantener el control de la organización, aunque sean en realidad minoritarios en la base.

B:Pero Révolution Permanente es ante todo conocido como un periódico online. ¿No se genera confusión?

Laura Varlet: Révolution Permanente es el periódico de nuestra organización. Hemos querido innovar frente al clásico panfleto en blanco y negro distribuido en la puerta de la fábrica –algo que hay que seguir haciendo de todos modos–. Nuestras ideas son de actualidad. Hemos reflexionado como llegar a un mayor número de personas a través de nuevas herramientas: un trotskismo 2.0 (ríe). No solamente por el uso de medios digitales, sino también el lenguaje, los temas abordados, lo visual y la manera en la que se articulan los combates. Todo ello manteniendo nuestra perspectiva estratégica, la de luchar para derribar este sistema. Hablamos de luchas: una parte de los artículos y contenidos que son más exitosos son los que denuncian la dictadura patronal en el interior de los centros de trabajo. Pero sí, es cierto, el nombre del periódico y de la organización coinciden, pero ya se planteará pronto –después de 2022– la cuestión de fundar una nueva organización revolucionaria de nuestra clase en Francia. Sin un gran proyecto colectivo y militante, podemos luchar, hacer huelgas, rebelarnos, aparecer en los medios, pero nuestros adversarios seguirán ganando.

B: “No, no queremos una candidatura testimonial”, afirmaba recientemente uno de los militantes de la CCR, Gaétan Gracia. Sin embargo, ustedes mismos dicen que no creen en la vía electoral. ¿Cuál es entonces el sentido estratégico de esta participación?

Laura Varlet: ¡No estamos en contra de participar en las elecciones! No pensamos que las elecciones son “piège à cons” [9] [solo una estafa] y tampoco metemos a Le Pen, Macron o Mélenchon en el mismo saco. Las elecciones son un momento importante de politización para nuestra clase. Sobre cuestiones de programa, los trabajadores y trabajadoras, así como la juventud –ya sea en universidades, centros de trabajo o en los barrios– se encuentran más receptivos a las distintas propuestas políticas. Venimos de presentar el programa de la candidatura de Anasse y hemos constatado un deseo de propuestas políticas en el periodo electoral.

Anasse Kazib: Está claro que las elecciones presidenciales no son la lucha de clases, pero permiten hacer una experiencia política. El otro día, un compañero de trabajo me preguntaba si ya he conseguido las 500 firmas; le conté casos concretos de alcaldes que temían perder subvenciones. En un pueblo de Normandía, un alcalde me dijo honestamente: aquí todo el mundo odia a Macron pero todos le queremos dar la firma porque al lado está Le Havre, y Édouard Phillippe puede ampliar la financiación de los proyectos. Ves a Mélenchon haciendo esfuerzos para obtener las firmas cuando tiene un peso político relevante mientras que Hidalgo [10] con 700 firmas, es nula políticamente. Cualquier persona, no politizada, comprende inmediatamente que es un sistema amañado. Y mi compañero acabó diciéndome: ‘espero que obtengas las 500 firmas, sino no votaré’.El 90 % de la gente con la que hablamos son abstencionistas que hablan mucho de política. Nos hablan de Zemmour, de Le Pen, de Macron y del rechazo a lo que estos les producen.

Cuando hablamos de que no queremos una candidatura “testimonial” queremos decir que no estamos solo para representarnos a nosotros mismos, sino para hacer escuchar la voz y reagrupar a una vanguardia que ha luchado duramente a lo largo de cinco años. Es por eso que es fundamental traer a nuestros actos a personas como Assa Traoré, Youcef Brakni, los huelguistas de Transdev o a Sasha Yaropolskaya de XY Media, un medio transfeminista.

Laura Varlet: Para nosotros, la clave de esta campaña también es convencer de la necesidad de organizarse políticamente, más allá de un apoyo puntual y preciso a la candidatura de Anasse. Es decir, que llamamos a todas y todos aquellos que piensan que Anasse debería poder presentarse como candidato a que nos apoyen, ya sea con un aporte económico –no tenemos la financiación de otros candidatos–, ayudando con la búsqueda de firmas de alcaldes, acudiendo a los actos y pegadas de carteles… Pero también queremos convencerlos de la necesidad de ir más allá, de un proyecto político revolucionario y de emancipación que necesita de un compromiso político de una gran mayoría.

“Una candidatura revolucionaria de trabajadores, trabajadoras, de la juventud y barrios populares” es la orientación que queremos darle a esta candidatura. Y es por eso que no se trata de simplemente una candidatura testimonial.

B: Ambos son activistas sindicales y critican regularmente a las direcciones sindicales ¿Pero no serían éstas un reflejo de sus bases?

Laura Varlet: En primer lugar, hay un problema material: liberados durante décadas [11] y recibiendo una remuneración superior a la del trabajador medio, las cúpulassindicales no viven la misma vida que los trabajadores de base y eso tiene importancia. Hay por tanto que evaluar si su política refleja o no la voluntad de sus bases. Ellos suelen afirmar: “Declarar la huelga general no es tan fácil como apretar un botón” y, en cierto sentido, ¡tienen razón! Pero la pregunta ha de formularse de otra forma: ¿Cómo podemos ayudar a que la creatividad de las masas se despliegue de la forma más amplia posible? Cuando nuestra clase se moviliza y levanta la cabeza, pone patas arriba los planes de los capitalistas… Ahora bien, podemos comprobar que las direcciones sindicales y los partidos reformistas no buscan organizar la rabia de la base, no tratan de establecer vías para generalizar y extender los conflictos, ni para construir estrategias ofensivas en movilizaciones nacionales. Estos últimos años, en 2010, en 2016, las estrategias que pusieron en práctica fueron derrotistas, acciones en jornadas de acción aisladas. En 2018, contra la reforma ferroviaria, fue la huelga fragmentada: dos días de huelga, tres de negociación, dos días de huelga, tres de negociación… En resumen, le daban a la empresa el calendario para que se organizase y rompiese la huelga. Al contrario, cuando el 5 de diciembre de 2019 tuvimos un debate sobre la huelga reconductible [12] contra la reforma de las pensiones, esta se impuso desde las bases, bajo la presión de los trabajadores de la RATP [13]. En ese momento se vio lo poco que hicieron las direcciones sindicales para movilizar a los sectores estratégicos para pelear a su lado.

Anasse Kazib: Echen un vistazo a la actualidad: hay huelgas por salarios en Leroy Merlin, Décathlon, Sephora, SNCF. ¡Las direcciones sindicales no encabezan ninguna! El rol de un sindicato no es ser termómetro de la agitación social. Los trabajadores pueden construir solos la huelga; la huelga pertenece a los huelguistas y las asambleas generales deben ser soberanas. Pero en tanto que sindicato, deben apoyar la movilización, darles medios para ganarla. No limitarse a observar lo que ocurre y demandar posteriormente ser el interlocutor con la patronal o el gobierno para poner en marchas las negociaciones, sino tratar de generalizar la huelga. Hemos visto hasta qué punto se hace lo contrario. El movimiento de los Chalecos Amarillos fue un ejemplo claro de esto. La explosión de cólera que representó mostraba la rabia de una parte de nuestra clase, de sectores precarios, subcontratados, rurales y abandonados por las organizaciones sindicales. Al inicio del movimiento, muchos activistas sindicales de base estaban con los Chalecos Amarillos y querían apoyarles, pero, durante un tiempo, no solo las direcciones de los sindicatos se negaban a generalizar el movimiento a las empresas donde tenían fuerza, sino que incluso sacaron un comunicado condenando la violencia… ¡de los manifestantes!

Laura Varlet: No estamos contra los sindicatos. Militamos en sindicatos, los construimos y participamos en frentes de movilización con consignas precisas. Pero nuestra corriente política defiende la necesidad de combatir y denunciar sistemáticamente la traición de las burocracias sindicales –mientras se intenta desarrollar al máximo la autoorganización–. Somos nosotros, trabajadores y trabajadoras, quienes perdemos dinero al hacer huelga, quienes tomamos riesgos, así que nosotros debemos decidir cuándo y cómo hacer huelga, la estrategia para ganarla y las consignas a defender. Es la condición para que cada lucha de nuestra clase permita a los trabajadores tomar conciencia de su fuerza real y aprender a organizarse contra toda pasivización.

Anasse Kazib: Una experiencia muy interesante fue la coordinación RATP-SNCF [14] durante la huelga contra la reforma de las pensiones: ¡lo crean o no, no había existido nunca antes!

Al comienzo del movimiento, cuando hablábamos de "burocracia sindical" y de "caja de resistencia", todo el mundo nos miraba como extraterrestres. Los camaradas, en especial los más jóvenes, no habían tenido la experiencia de otras huelgas, estaban convencidos de que sería cosa de una semana: "¿Cómo va a resistir el establishment una semana sin metro ni RER?" [15]. La fuerza de los revolucionarios en el movimiento sindical reside en la experiencia de luchas pasadas y en el análisis dialéctico. No somos ni genios ni adivinos: el análisis político de qué es el macronismo nos llevó a la conclusión de que era la reforma clave. Cuando el 17 de diciembre, tras dos semanas de huelga reconductibles, Phillipe Martinez salió del Elíseo llamando a una jornada de huelga recién para el 9 de enero [casi un mes después], rápidamente todo el mundo entendió de qué hablábamos al decir que las burocracias sindicales son unos traidores.

B: Hace poco dieron apoyo al Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT-U) de Argentina. Es una alianza entre cuatro partidos trotskistas. ¿Por qué es imposible tal reagrupamiento en Francia? Sin hablar de Francia Insumisa –ya que rechazan al reformismo–, podría ser entre el NPA, Lutte Ouvrier y ustedes.

Laura Varlet: En Argentina se trataba inicialmente de un frente electoral defensivo a raíz de la subida del piso electoral para acceder a las elecciones generales. Pero eso no quita peso a su pertinencia actual: es la demostración de lo que debe hacer la extrema izquierda en Francia. Cada uno puede permanecer independiente y mantener diferencias en la práctica política, incluso en las consignas durante las movilizaciones, pero es posible formular perspectivas comunes sobre el escenario político. Los camaradas de Révolution Permanente formamos parte de la misma organización internacional que el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) de Argentina (principal fuerza dentro del FIT-U) y pensamos que la extrema izquierda en Francia debería inspirarse de esta experiencia política. Al contrario de quienes toman ejemplo de Syriza en Grecia, Podemos en el Estado Español, o incluso Boric en Chile (quien la misma noche de su victoria ya dijo que había que limitar las aspiraciones de las masas, respetar el marco institucional e incluso rechazó responder a la reivindicación elemental de liberar a todos los presos políticos de las revueltas de octubre).

En Argentina, este frente lleva adelante una batalla contra el acuerdo neocolonial del FMI con un gobierno que se dice de “izquierda”, de la tradición kirchnerista, que empobrece a los trabajadores. Lograron organizar una gran movilización en las calles el pasado 11 de diciembre, para protestar contra la política del gobierno, en un frente único inédito entre decenas de organizaciones sindicales, políticas, asociaciones… Durante la campaña electoral defendieron la necesidad de reducir la jornada laboral sin reducción de salario, para mostrar la irracionalidad del sistema capitalista. Esto les permitió llegar a todo un sector de las clases populares. Son la tercera fuerza política del país y han logrado elegir al primer diputado obrero que es recolector de basura e indígena, proveniente de una de las provincias más pobres del país. En Francia, hemos defendido desde siempre en el seno del NPA la idea de una alianza con Lutte Ouvrière, considerar una candidatura conjunta o al menos debatir públicamente.

Anasse Kazib: Hace falta un debate de la extrema izquierda sobre la situación política y los desafíos de los revolucionarios actualmente. No hemos hecho autocrítica de nuestros fracasos: ¿Por qué durante y después del movimiento de los Chalecos Amarillos, la gente no se unió a nuestras organizaciones? Es hora de cuestionarse la famosa estrategia política de un “partido amplio” a la izquierda del Partido Socialista [16]. Cuando se fundó el NPA en 2009, al poco tiempo surgió el Front de Gauche [17], unos meses después. La gente hizo su elección en aquel momento. En Révolution Permanente estamos convencidos de que hay que construir una organización revolucionaria claramente separada de las estrategias reformistas, las cuales postulan que es posible “cambiar el sistema desde el interior de las instituciones”. Planteado esto, no nos negamos a defender además una política de frente único en las movilizaciones. Algo que ya hicimos, con el Comité Adama [18], en una intervención común en el movimiento de los Chalecos Amarillos; nos encontramos en algunos combates con militantes de la Francia Insumisa; invitamos al diputado de la Francia Insumisa, Éric Coquerel, a apoyar nuestras huelgas; participamos en la manifestación contra la islamofobia en 2019. Es una política de alianzas desde la base, en el marco de las luchas, que es fundamental para combatir a nuestros enemigos. Tomemos el ejemplo de la huelga en la refinería de Grandpuits. ¿Cómo hacer frente políticamente a un gigante como Total? Con los camaradas pensamos en hacer una alianza con los ecologistas. Contactamos con Youth for Climate, Extinction Rebellion, Les Amis de la Terre y Greenpace, hicimos una alianza de trabajadores petroquímicos y organizaciones ecologistas: "¡La lucha contra el fin del mundo, y por llegar a fin de mes, el mismo combate!". Como decía Adrien Cornet, militante de CGT en Grandpuits y camarada de Révolution Permanente: somos los obreros quienes debemos dirigir la transición ecológica porque somos quienes vivimos alrededor de las fábricas. Vivimos al lado de la fábrica y no queremos que explote de repente como en Lubrizol. Nos paseamos con nuestras familias e hijos en los bosques y cerca de los ríos, no queremos que sean contaminados. Hay que armar una respuesta lo antes posible, no contentarse con decir "no toquen nuestros empleos, 700 familias en la calle". Hay que ganar fuerza y consistencia, con lo mejor del ecologismo. Si no, dejas la ecología a Jadot, con su capitalismo verde aplaudido por la patronal y sus carriles bici.

B: Ustedes se presentan como trotskistas. Anasse incluso ha escrito un prólogo a la reedición del Programa de Transición de Trotsky de Editions communard.e.s. ¿En qué sentido afirman que el trotskismo es una brújula política para el periodo que se viene?

Anasse Kazib: El trotskismo es para nosotros el nombre del marxismo revolucionario tras el estalinismo. Está más vivo que nunca. Ya que vivimos en un periodo de inestabilidad, de crisis orgánica del bipartidismo y de la socialdemocracia.

Al principio, yo era muy sindicalista: el sindicato, la huelga y las luchas eran el alfa y el omega; la política, una mierda. Cuando los camaradas me hablaban de Trotsky, les respondía: vuestras cosas de gulags no me interesan. Trotsky era para mí un párrafo en un manual escolar de 3º.

Soy el ejemplo viviente de lo que puede ser el trotskismo actualmente: la fusión de un trabajador sindicalizado, proveniente de la inmigración y los barrios populares, con el marxismo revolucionario. Lo que me sorprendió es la capacidad de los análisis de Trotsky para esclarecer los procesos políticos actuales. Que los textos escritos en los años 20 y 30 son capaces, con tanta precisión, de explicarme lo que veo con mis ojos en 2021. Leí sus reflexiones sobre las huelgas de 1936 por primera vez cuando la aprobación de la Ley El Khomri (ley del trabajo), en 2016. En aquella época, pensaba que las direcciones sindicales en el pasado eran serias, revolucionarias. Trotsky dijo, a propósito de febrero de 1934, que las masas querían combatir, pero había una limitación que no provenía de las masas: fue dictada desde más arriba. El único instrumento utilizado por los centros dirigentes fue la manguera de bomberos para apagar el fuego. La única consigna que las masas escucharon fue: ¡cállense! ¡cállense! La base quería pelear, pero su dirección les frenaba. Ese es el principal peligro y puede resultar en una autentica catástrofe. Había conceptos que yo estaba experimentando: “burocracia sindical”. Tras un mes de huelga reconductible en la SNCF, las direcciones sindicales nos proponían días de huelga salteados: Martinez en el Nuit Debout [19] dijo su famosa frase de "no existe un botón para declarar la huelga general". Yo me decía: "es increíble, Trotsky ya lo había explicado, las direcciones no quieren que ganemos, quieren rendir pleitesía en el ministerio". El 6 de diciembre de 2018, como te decía antes, los sindicatos de trabajadores –salvo SUD-Solidaires, afortunadamente– publicaron una carta denunciando la “violencia” de los actos de los Chalecos Amarillos el 1 de diciembre, y demandaban ser los interlocutores privilegiados con el gobierno. Trotsky nuevamente: en tiempos de “guerra”, es decir en tiempos de lucha de clases aguda, la burocracia sindical juega un rol central para la burguesía ya que busca que se mantenga el orden vigente.

Nuestra clase no conoce a Trotsky, ni al marxismo. Pero tras hacer muchas apariciones mediáticas, te aseguro que la burguesía sí que lo conoce. Su mirada no me engaña. En Grandes Gueules [programa de TV], con dos millones de espectadores, hablar de revolución y de la perspectiva de un poder de los trabajadores, es lo peor para la burguesía. No he sentido más odio que cuando hablaba de política marxista –más que durante todas las acciones de huelga que he podido hacer–. Cuando nuestras ideas aparecen en el debate público, las nuevas generaciones no te toman por un loco o un iluminado cuando hablas de lucha de clases, de capitalismo o de burguesía. Quizás no habrá cambios a corto plazo. Pero si durante esta campaña para las presidenciales conseguimos convencer a más y más gente de que este sistema es contrario a nuestros intereses, que hace falta confrontarlo y expropiar su poder y riqueza, y que para ello hay que organizarse políticamente, seguiremos avanzando.

B: Hablan de “vanguardia”. Esta idea sin embargo está actualmente desprestigiada.

Laura Varlet: La idea de una vanguardia, lejos de estereotipos, tiene en cuenta el hecho de que la conciencia de las masas no es uniforme, hay siempre individuos que acumulan más experiencia, conocimientos de combates del pasado. Y es preciso de que eso permita no partir de cero en cada ocasión. La vanguardia, en este sentido, y más aún el partido, es la memoria colectiva de nuestra clase: aprender de las huelgas, de las derrotas, de las trampas que nos tienden, de traiciones, de la represión estatal, para formular una estrategia ganadora. Para nosotros, no se trata de “autoorganización o partido”; es partido y autoorganización. Por ejemplo, en la huelga de las trabajadoras de la limpieza de Onet en las estaciones de SNCF, ¡había tanta creatividad! Nadie les había “explicado” cómo hacer piquetes de huelga todas las noches. Ellas y ellos vieron que la dirección y la policía venía a romper la huelga por la noche. ¡Las trabajadoras son suficientemente inteligentes para encontrar soluciones a los problemas que se plantean! Pero hay que evitar rehacer una y otra vez la experiencia desde el inicio. Cuando la represión cayó sobre ellas, teníamos la experiencia de luchas pasadas: hay que mirar hacia afuera, a la población, para obtener un apoyo masivo, ¡lo que ellas lograron! No defendemos la idea de una vanguardia en el sentido de gente más inteligente que otras y que quieren imponer una estrategia. Pero los revolucionarios juegan un rol muy concreto: proponer una orientación, claves para reflexionar acerca de las derrotas y victorias del pasado. Por desgracia, el sistema capitalista no da el tiempo y los medios a cada trabajador para aprender de su propia y rica historia de grandes rebeliones, y la gran masa aprende en el curso de la acción. El objetivo es la fusión entre la experiencia de nuestra clase y los elementos más subversivos y combativos de las luchas actuales, para no detenerse en las conquistas parciales, incluyendo cuando ganemos reivindicaciones, sino que hay que movilizarse para luchar y cambiarlo todo.

B: Se refieren a “nuestra clase”, “los trabajadores”. “los obreros”, “los proletarios” o “las masas trabajadoras”. Dos cuestiones: ¿Por qué “el pueblo” no es el sujeto revolucionario y cómo se enfrentan a la perdida de atractivo del léxico obrerista?

Anasse Kazib: Si algunos términos no se utilizan ya, también es cosa de voluntad política. La burguesía no tiene solo necesidad de dominarnos físicamente para explotarnos, también requiere controlar nuestro pensamiento. Como decía Marx, la ideología dominante es la de la clase dominante. Sabemos que muchos proletarios se identifican con la clase media y no se reconocen a sí mismo como parte de una clase social, que es la clase obrera. Un camarada me decía el otro día: “soy un pequeñoburgués, gano 1.200 euros al mes”. ¿Y entonces? ¿Abandonamos la pelea y dejamos de hablar de “clase obrera”? Es el trabajo político que hicimos con los Chalecos Amarillos. Al principio, nos decían: “aquí somos el pueblo, ciudadanos, los franceses”, y después se multiplicaron las preguntas (“¿Los que no son franceses pueden venir? ¿Macron es ciudadano o no?”) y se llegó a la conclusión de que hablaban de los explotados, los oprimidos, de una categoría social que sufre la dominación clasista. Nuestro mayor orgullo y victoria en ese movimiento fue el canto de los Chalecos Amarillos, que modestamente cantamos por primera vez el 24 de noviembre con un cortejo de ferroviarios, en la avenida de los Campos Elíseos: “Estamos aquí por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor”. Y esto en un movimiento que muchos acusaban de ser “pardos”, pequeñoburgueses y fachas.

Laura Varlet: Esta dificultad de nuestra clase para reconocerse a sí misma, es una victoria ideológica del neoliberalismo de los 80 y 90: la clase obrera no se reconoce ya como clase. Pero tengo la impresión de que esta identidad de clase ha recuperado fuerza actualmente. Con la pandemia, todo el mundo lo pudo ver: los patrones estaban apalancados en sus segundas residencias, mientras que nosotros estábamos haciendo funcionar los trenes, vendiendo tickets, conduciendo autobuses, haciendo funcionar los hospitales. No tenemos una lógica “obrerista”, hablamos de clase obrera en toda su diversidad. No solo de obreros blancos de mono azul en cadenas de montaje de Peugeot. Hablamos de una clase obrera racializada y feminizada, de trabajadores de supermercados, de logística, de mujeres de la limpieza, de conductores de bus… Articulamos también las cuestiones LGTBQI+: una portavoz de nuestra campaña es una militante transfeminista inmigrante. Se trata de articular toda la diversidad de una clase obrera muy heterogénea, que, si se une en tanto que clase, se vuelve una fuerza imparable con la que podremos vencer a quienes nos oprimen, y podremos lograrlo.

B: Hay un sector de los asalariados que no se encuentran en estas referencias de clases: los supervisores en las empresas. Representan el 20,4 % de la población activa –es decir, un poco más que los obreros–. ¿Cómo tomar a estos asalariados, que, si bien son algo privilegiados, viven igualmente la opresión capitalista? ¿Están perdidos para nosotros o se debe tratar de organizarlos?

Laura Varlet: Es un tema complejo. Las situaciones pueden ser muy diferentes. Por ejemplo, en la SNCF, algunos supervisores lo son por antigüedad y gracias al reconocimiento de su cualificación. Ellos continúan sufriendo la presión de constante de la jerarquía. Otros forman parte de la dirección y son formalmente asalariados, su posición en la cadena de mando y su nivel de salarios les permite acumular capital.

Anase Kazib: Hay diferentes casos según los equipos. Un supervisor puede poner su compromiso al servicio de la clase obrera. En 2019, en un Tecnicentro de Landy, todos los jefes de equipo hicieron un paro junto a los maquinistas para demandar más medios. Es otra cosa el que aspira a ser jefe de sector, que multa huelguistas, demanda despidos….

B: La cuestión policial y militar estaba muy presente en los textos históricos del movimiento socialista y revolucionario. Actualmente, casi nadie reflexiona sobre eso. Sin embargo, en Francia, se pueden contabilizar más de 200.000 militares agrupados según el ministerio del Ejército y cerca de 150.000 policías. ¿Cómo se puede pensar la toma del poder frente a esta fuerte potencia de fuego y sabiendo que una gran parte de estos son ya simpatizantes de la extrema derecha?

Anasse Kazib: Muy a menudo, la cuestión de las fuerzas militares minimiza la importancia de la cuestión política. El uso del ejercito puede volverse a menudo en contra del poder, incluso de una policía y ejército profesional. Los desertores pueden existir en momentos de crisis revolucionaria. Muchos, en la izquierda, comparten el análisis de que encontraremos enfrente a hombres armados hasta los dientes, con satélites y drones, y que será cosa de dos segundos. Hay todo un imaginario de aplastamiento que no es casual –se piensa en la inteligencia artificial que controlaría todo–. El objetivo es dominar los espíritus, hacer creer en un fatalismo. Pero no olvidemos el rol primordial de la clase obrera todos los establecimientos ligados al armamento y a la información. Nosotros hacemos funcionar las máquinas en las fábricas de armamento, en el mantenimiento técnico, en las telecomunicaciones. Imaginen un proceso revolucionario donde los obreros e ingenieros de esos lugares se pongan en huelga y desactiven todas las infraestructuras de telecomunicación. En un periodo revolucionario donde la pequeñaburguesía se una al proletariado, la fuerza militar del enemigo puede derrumbarse. No es una cuestión de enfrentamiento militar sino político, ideológico, de control de los medios de producción. En nuestra estrategia de la huelga general revolucionaria, los medios de producción se detienen: ¿Cómo le pones gasolina imaginaria a tus carros, blindados y a tus cañones de agua?

B: Denuncian de forma regular al “Estado burgués”. ¿Cuál es el horizonte: ¿reemplazarlo por un Estado obrero o abolir el Estado en pro de otra forma de coordinación colectiva?

Laura Varlet: Lo primero es que nunca habrá una revolución químicamente pura. Es un debate que tuvimos a menudo durante las movilizaciones de los Chalecos Amarillos con otras corrientes que se reivindicaban revolucionarias: si esperamos a que todo ocurra como quieres, que todos los proletarios tomen conciencia de hacer la revolución y derribar al Estado, eso no ocurrirá nunca. La cuestión reside entonces en nuestra intervención: a partir de nuestra perspectiva y nuestra estrategia revolucionaria. Vimos escenas insurreccionales en los Campos Elíseos, los Chalecos Amarillos decían: “vamos a entrar en el Elíseo”, pero no habían pensado el después. Nosotros, los trotskistas, decimos a menudo que la huelga general plantea la cuestión del poder, pero no la resuelve. La huelga genera permite detener todo y plantear la cuestión de quién dirige la sociedad, y quién tiene el control sobre los medios de producción. Paramos la producción y eso muestra que los obreros son quienes hacen funcionar la sociedad, pero eso en sí no explica qué hay que construir en lugar del sistema capitalista. Para nosotros, la huelga general es la oportunidad de decir a los trabajadores que ellos mismos pueden decidir, tomar los medios de producción y decidir qué producir, cómo producirlo, respetando al ser humano y al planeta. El Estado transitorio es la autoorganización en base a formas de coordinación del conjunto de los sectores explotados de la sociedad. Los soviets en Rusia, los cordones industriales en Chile, eran embriones de esa nueva forma de Estado. Ninguna logró desarrollarse, fueron destruidos antes de dar pie a una nueva sociedad libre de opresión y explotación, pero prefiguraban una forma de Estado obrero que nosotros reivindicamos. La Historia nos enseña que, frente a la revolución, frente a las clases populares que se ponen a la cabeza y que están listas para defender sus intereses y un mundo mejor, la clase dominante se organiza y responde. Ellos no se darán jamás por vencidos. En esta situación, no podemos simplemente decretar el fin de toda forma de Estado, en tanto que herramienta de dominación de una clase sobre otra, como proponen los anarquistas. El Estado transitorio responde a esta situación de confrontación, a la necesidad de organizar la resistencia contra los antiguos explotadores que no se dejarán derrotar fácilmente –incluso si, a fin de cuentas, este Estado transitorio está pensado para desaparecer–.

B: ¿Cuándo?

Laura Varlet: Cuando no haya más clases sociales.

Anasse Kazib: Muchos Chalecos Amarillos sacaron la conclusión de que la espontaneidad y la valentía sin organización no era suficiente. Trotsky decía que el fracaso de la revolución española de los años 30 se explicaba casi exclusivamente por la ausencia de un partido revolucionario. En una situación revolucionaria, el partido juega el rol de un estado mayor, órgano de reflexión política y estratégica. Frente a esto, la burguesía está dividida también, pero al ser atacada, responde en bloque: represión policial, patronal, mediática, judicial en una perfecta coordinación.

Luc Ferry [20] no estaba loco cuando pidió que se disparase con munición real a los Chalecos Amarillos: es un burgués consciente de que era una situación insurreccional. Por ejemplo, el número 2 de la patronal MEDEF [21], Thibault Langsade, escribió una carta a los empresarios pidiéndoles que cediesen y aumentasen los salarios, porque corrían el riesgo de perder lo que pudieran ganar actualmente si la clase obrera entraba en escena con toda su fuerza. Hasta la mitad de diciembre de 2018, los Chalecos Amarillos ocupaban las rotondas, bloqueaban las zonas industriales y comerciales y las gasolineras. No era una huelga químicamente pura, pero buscaba atacar la producción sin que ningún militante marxista se los hubiese explicado. Si mañana renaciese un movimiento de Chalecos Amarillos XXL, como nosotros deseamos, los mejores elementos de ellos vendrán con su experiencia, tratando de influenciar, de dar una perspectiva para no cometer los mismos errores. Me encanta esa frase de Rosa Luxemburgo que dice que la victoria final no será obtenida que por una serie de derrotas y el camino al socialismo –considerando las luchas revolucionarias– está pavimentado con derrotas.

Mi candidatura y todo el trabajo que hacemos con los y las militantes de Révolution Permanente en la lucha de clases, incluso durante el periodo electoral trata humildemente de construir las bases de una fuerza militante y política que se prepare para estas confrontaciones de clase decisivas que sin dudas van a llegar. Tarde o temprano. Y por ello, ¡invitamos a todas y todos a unirse a esta aventura!

*Todas las notas al pie a continuación son notas de la traducción y edición en castellano de esta entrevista para la Red internacional de Izquierda Diario.