Paula Salate: "La danza es para cualquier edad y para cualquier cuerpo"

—En Villaguay, en pleno centro, en calle San Martín, que es la principal, a cinco cuadras del hospital Santa Rosa y cinco de la plaza. Ha crecido mucho.

—¿Otros lugares de referencia?

—Lo más lindo, el balneario municipal y varias plazas, aunque a la que siempre íbamos a andar en bici, era más tranquila y grande, es la Walt Disney, donde estaban todos los personajes y había muchos juegos.

—¿A qué más jugabas?

—Andaba en bici y en las hamacas, y dibujé desde los tres años. El único deporte que hice fue vóley pero no me gustan los deportes.

—¿Qué dibujabas?

—La familia, y después el cuerpo humanos y bailarinas.

—¿Qué actividad laboral desarrollan tus padres?

—Mi papá tiene una empresa de transporte y mi mamá trabaja con él. Es profesora de danza clásica, nunca ejerció y me apoyó.

—¿Sentías una vocación?

—Quería ser bailarina de comparsa y de Pasión de sábado (risas); siempre estuve abocada a la danza, ya que comencé a los ocho años, porque era muy tímida y no socializaba con la gente. Mi mamá siempre me dijo que soy otra persona cuando estoy en el escenario.

—¿Comenzaste con clásica?

—No, danza jazz; me llevaron a clásica pero no me gustó y me aburría. Me recibí a los 15 años. La danza jazz vino a desarmar la estructura del clásico aunque tiene una base de él en cuanto a lo postural, pero también tiene la desestructura y cuestiones musicales propias. Después del jazz comenzaron a utilizarse músicas de todo tipo, ahora es muy comercial y se ha fusionado mucho.

—¿Cómo vivenciabas estos estilos originariamente?

—Estaba bueno porque usaban música de moda, lo llevaban más hacia el juego y la expresión corporal, éramos muchas, un grupo muy lindo con el cual viajábamos a muchos encuentros y competimos en festivales en Córdoba y Buenos Aires.

—¿Leías?

—Cuando era chica no tanto.

—¿Qué materias de la secundaria te gustaban?

—Iba a una escuela contable y me encantaba Matemáticas, así que cuando terminé vine acá a estudiar Ciencias Económicas, hice dos años y dejé. No me animé a ir a bailar a Buenos Aires.

—¿Cómo convivían el arte y los números?

—Me gustaban las dos cosas. Salía de la escuela y me iba a bailar durante toda la tarde y los fines de semana nos llevaban a hacer cursos a otras ciudades.

Paula Salate Danzas 3.jpgFoto: UNO/Juan Manuel Hernández

Una “mamá” que da mucho

—¿Alguna maestra en especial?

—Mi profe y formadora desde chiquita, Zulma Puppo, muy conocida y cuyo instituto cumplió 40 años de trayectoria. Nos hizo conocer todo el mundo de la danza y nos enseñó todo lo que pudo, con los recursos de que disponía. Todas le decimos “mamá” porque es nuestra madre de la danza, con quien nos juntamos y seguimos en contacto.

—¿Cuáles fueron las primeras cuestiones claves que aprendiste con ella?

—Descubrir otra manera de expresarme, porque hablaba poco y no socializaba con mis amigos. Hasta hoy es mi cable a tierra, junto con otras artes como la música, el dibujo y la pintura, que también hago, ya que en Villaguay cursé el profesorado de Dibujo y Pintura. Los talleres que doy están conectados: además de iniciación a la danza hay un taller de arte y expresión corporal para que los chicos, además de pintar, trabajen con el cuerpo y desde el teatro.

—¿Tus referentes de la danza jazz?

—En Argentina no hay un Julio Bocca de la danza jazz. Mundialmente, Bob Fosse, por sus musicales; para mí, Chicago es lo más.

—¿Qué te sorprende técnica y coreográficamente al ver esa puesta?

—Cómo hacía trabajar a sus bailarines los movimientos copiados de animales o de su imaginación. Había espaldas encorvadas o caminaban chuecos, pero siempre elegantes, lo cual me impacta. Sus pasos quedaron en la historia.

—¿Qué desarrollo tiene la danza jazz en Entre Ríos?

—A todos los pueblitos donde íbamos a bailar, había un grupo, aunque no se la conoce como tal.

—¿En qué contexto surgió?

—Hay distintas ramas, pero fue con la llegada de los afro a Estados Unidos, aunque no hay una investigación precisa en ese sentido y sobre su evolución. Tampoco hay alguien a quien se considere “el padre” de la danza jazz. Lo primero fue el afro, luego el funk y así distintas ramas y fusiones hasta llegar a lo latino, como la salsa. Dentro del jazz, está el contemporáneo, street (callejero), que es lo más nuevo y fusionado con el hip hop, afro, latin… Se dice que la danza clásica es la madre de todas las danzas, pero para mí no lo es, sino que fue la más conocida.

—¿Cuál ha sido el más rico desde el punto de vista artístico y como innovación?

—No sé… está todo mezclado. El año pasado me recibí de instructora de ritmos afrocaribeños y descubrí otro mundo en el cual te das cuenta de las fusiones, porque son las mismas raíces.

Villaguay y Paraná: cosas de pueblos

—¿Cuándo comenzaste a enseñar?

—A los 13 años comencé a ayudarle a mi profe y siempre me gustó, más que estar en el escenario. Sin embargo cuando llegué acá me sentí una hormiguita y me costó ingresar al mercado laboral. Comencé a trabajar con otra chica de Villaguay y seguí perfeccionándome hasta que hace cuatro años decidí abrir este espacio. Cuesta mucho, incluso para hacer una muestra, porque no te dan fecha.

—¿Qué otros contrastes percibiste?

—Los primeros años nos volvíamos los fines de semana a Villaguay y recién hice amigos, del ámbito de la danza, a los tres o cuatro años. Paraná no es un pueblo pero tiene alma de pueblo, no me gustan las ciudades grandes; tiene muchas actividades y espacios culturales, así que estoy cómoda. Mientras que en Villaguay ni siquiera podés hacer una obra de teatro porque la gente es muy cerrada, aunque pagan un bolazo cuando va alguien de Buenos Aires. Intenté llevar mis obras a Villaguay y no pude, no tienen el hábito de consumir cultura y ni siquiera apoyan a los músicos.

—¿Los jóvenes emigran?

—La mayoría cuando termina la secundaria se va a estudiar a otra parte y algunos, cuando se reciben, vuelven. No volvería porque me aburro.

—¿Recordás un cambio urbanístico o sociológico de importancia?

—Creció mucho por la Facultad de Kinesiología y hay algunas mejoras.

—¿Qué panorama de la danza descubriste al llegar a Paraná?

—Hay muchas escuelas viejas que no innovan en cuanto a los métodos de la danza clásica, el tipo de cuerpo que exigen, el vestuario… mientras que las escuelas nuevas, aunque nos cuesta mucho, vamos cambiando la manera de ver. Si no queda en que solo el diez por ciento puede bailar y sin embargo todo el mundo puede hacerlo. Tengo chiquitos a partir de tres años y son los que más te escuchan, y grupos de adultos, entre 27 y 40 años, algunos de los cuales nunca bailaron.

Paula Salate danzas.jpgFoto: UNO/Juan Manuel Hernández

Bailar, cuestión de todos

—¿Cómo es la experiencia de la danza con chiquitos de tres o cuatro años?

—Todos los chicos bailan, con mejor o peor coordinación, pero cualquiera puede llegar a ser bailarín porque están muy estimulados. Lo trabajo desde el juego y la escucha. Las más grandecitas pasaron por otras academias en las cuales no les gustó la disciplina, no obstante que hay que cumplir reglas. Lo que a mí no me gustaba cuando era alumna, no lo hago.

—¿Y en el caso de un adulto que jamás bailó?

—La clave es la autoconfianza, que en lo relacionado con nuestro cuerpo la vamos perdiendo, y conocer el propio peso del cuerpo. El grupo también es fundamental. El de mujeres de danza jazz hace un año que baila y crecieron mucho en su confianza.

—¿Qué le decís a quien no se anima a comprometer el cuerpo?

—Que pruebe y no se quede con las ganas, ya que los grupos son hermosos y nadie juzga ni mira si te sale o no. No se puede venir a mirar.

—¿Un caso?

—Un alumna de ritmos en Hernández, que la amo, de 80 años, maestra jubilada. Se moría por bailar y estuvo dos meses sin decidirse, hasta que comenzó, no paró más y fue feliz. ¡Cómo bailaba esa mujer, a su ritmo y su tiempo. No hay edad!

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De los escombros y yuyos a El Nido

—¿Cómo gestaste la idea del espacio propio?

—Daba clases de danza en Hernández y Diamante, donde viajé durante cuatros años, me cansé, tuve un año sabático trabajando en un bar, comencé a buscar un lugar y de pronto encontré esta casa, que se alquilaba y no estaba en buenas condiciones, lleno de escombros y pasto, pero visualicé las tres aulas. Mis viejos y amigos me ayudaron a pintar, aprendí a revocar, soldar… y lo hicimos de a poco.

—¿Qué imaginabas como proyecto?

—Me había recibido de profesora de Dibujo y Pintura, así que pensé en talleres de eso y de danza para todas las edades, y de música, porque tengo muchos amigos músicos.

—¿Por qué los nombres de las salas?

—La de dibujo y pintura se llama Frida, donde también vienen algunos adultos; la de música, Spinetta, en la cual se enseña en clases individuales guitarra y ukelele (Nicolás Giacomelli), violín (Pedro Vega) y trompeta (Walter Cardozo), y el salón de danza, Bob Fosse, donde además se enseña rock and roll clásico de los 50 y 60, salsa y bachata. Desde que conocí la vida de Frida (Kahlo) me impactó y todo el tiempo leo sobre ella, y para los chicos de ahora está de moda. En la música no tengo un referente pero lo que hace Spinetta y su poesía me gusta. Y la obra de Fosse me encanta y la tengo catalogada allá arriba.

—¿Cómo funciona la dinámica de cruzar las artes?

—No se trata de sentarse a dibujar en una mesita y trabajar con los colores, sino que por lo general estamos en el piso; si el chico se quiere ensuciar lo puede hacer, puede pintar con la mano o con el pie… usamos todo el cuerpo como herramienta, en distintas actividades. Con las peques de danza también hacemos alguna actividad de dibujo y pintura porque son herramientas para enseñar y expresar. Igualmente para los adultos, para sacarlos de las estructuras.

—¿En qué momento hay que dejar de considerar lúdicamente a la danza para asumirla con mayor disciplina en función de una carrera profesional?

—El mismo nene te lo pedirá, querrá más y no le alcanzará con venir solo dos horas. Lo que sucede ahora es que van a muchas actividades y a la escuela, están desbordados durante todo el día y no tienen tiempo para pensar en lo que realmente les gusta.

—¿Tenés espacio en las redes?

—En Instagram, elnidoespaciodearte, y El Nido – Paraná, en Facebook

“¿Para qué tenés tablet si podés jugar en el parque?”

La profesora Salate analiza cómo influye la profusa información y estimulación de los diversos dispositivos electrónicos en el proceso de creatividad y expresividad de niños y preadolescentes. “Estoy muy en contra de la tecnología en esas edades; los padres les dan el teléfono para que no molesten”, enfatizó.

—¿Cómo opera en los más chicos la hiperestimulación de las pantallas?

—Antes nos trataban en una cajita de cristal y ahora asombra la información que tienen los nenes, incluso alguna que no debieran saberla porque están muy contaminados. Cambió la forma de ver el mundo y de sociabilizar, y con más razón después de la pandemia. Cuando pudimos reiniciar las actividades, vinieron cinco nenitos de dos años y medio, y ahí me di cuenta de cuánto habíamos perdido, por lo importante que es sociabilizar a temprana edad.

—¿Qué percibiste?

—No sabían lo que era compartir, respetar el tiempo del otro o escucharlo porque estaban solos en el mundo de sus casas, y acá hacían berrinches, llantos…

—¿Qué espacio le das a los dispositivos electrónicos en la dinámica creativa y expresiva?

—Estoy muy en contra de la tecnología. Los mismos chicos te cuentan la locura y el caos en que viven los padres, que los dos trabajan, la mamá es soltera… y que les dan el celular “para que no hable ni moleste”. Es todo un tema y un contexto de época. También depende de para qué lo usan, lo cual hay que explicarlo y controlarlo. En los chicos de ocho y nueve años te da cuenta de la falta de atención de los padres. Un alumno, con algunos problemas, me dijo: “Me encanta venir acá porque vos me escuchás, mientras que en mi casa no me escuchan”. Hay un grupo de chicos de ocho y nueve años, y de los cinco que son, solo a uno le dejan usar el teléfono y otro tiene tablet. Una de las chicas le dijo: “¿Para qué tenés tablet si podés jugar en el parque o en la vereda? ¿No te aburrís?” Por suerte hay otro mundo y otros padres (risas).