Agroecología Excusas que nos damos para seguir comiendo carne

Hace unas semanas Alberto Garzón salió en The Guardian criticando a las macrogranjas, y se lio parda. Esto está regular porque hubo que escuchar bastante tontada, pero muy bien porque se removieron las cosas que se tienen que remover antes de iniciarse cualquier cambio. Como decía Meñique en Juego de Tronos, el caos es una escalera. El revoltijo es necesario.

El contexto

La postura de Ecologistas en Acción es que no todos los tipos de carne son iguales, que la reducción del consumo es necesaria, consumiendo menos raciones y de mejor calidad. La de la Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo también, por eso se reunieron el otro día con el Ministro de Consumo para hablarle del sello que están desarrollando para diferenciar los productos de ganadería extensiva. La ganadería extensiva cumple funciones ecológicas insustituibles, permite fijar población y contribuir a un mundo rural vivo, y mantiene tradiciones culturales que han ligado a personas, animales y territorios desde hace siglos.

Dicho esto, a la hora de calcular nuestro consumo de recursos, se puede considerar como regla general que un producto animal consume más recursos que uno vegetal. Sí, está el eterno kiwi de Nueva Zelanda versus la cabra de tu primo que pasta en el comunal, pero no te has comido esa cabra en tu vida, Hulio.

La mayor parte de los productos animales que consumimos vienen de ganado alimentado con pienso, es decir, que no solo utiliza el espacio que ocupa el animal, sino también el espacio (y los fertilizantes, agua, pesticidas, transporte, etc.) necesario para los cultivos con los que se alimenta. Si una vaca necesita una hectárea de terreno para obtener lo que come en un año, o bien está ocupando esa hectárea y pastándola (esto sería la ganadería extensiva), o bien esa hectárea se está cultivando lejos de la vaca y se le lleva luego en forma de pienso (esto sería la intensiva). De esta forma, esa vaca puede estar estabulada con muchísimas otras, y ese cultivo puede no estar en España sino en Argentina o Brasil, donde hay más espacio y menos legislación ambiental y laboral.

Si nuestro ganado dependiese únicamente del territorio del que realmente disponemos, podríamos tener muchos menos animales. Así de simple. Como cada vez que se sube un nivel en la cadena trófica se pierde un 90% de la energía (hello Conocimiento del Medio), en la mayoría de casos resulta mucho más eficiente en cuanto a recursos comerse directamente el alimento vegetal, sin que haya un animal de por medio.

¿Que hay zonas que no se pueden cultivar y en las que soltar una cabra es la mejor manera de “recolectar” una energía que de otra forma se perdería? Correcto. ¿Que hay alimentos vegetales que son una barbaridad ecológica? Correcto (Pro tip: si esto es importante para ti, no te los comas tampoco). ¿Que los paracaidistas urbanitas no pueden plantarse en los pueblos a decirle a la gente (otra vez más) lo que tiene que hacer? Pues estaría bien también.

Pero incluso teniendo en cuenta todo esto, la postura más coherente con una visión ecologista del mundo sería consumir cuanta menos carne mejor (la visión antiespecista sería consumir cero, por razones algo distintas, y en las que no voy a entrar porque ni sé hacerlo ni tengo ganas). Y la carne u otros productos animales que se consuman, que sean de cuanta más cercanía mejor, de explotaciones que dependan lo menos posible de traer esos insumos del exterior, y que utilicen recursos que no podrían aprovecharse directamente para la alimentación humana —aquí faltaría ver qué le dejamos a la fauna salvaje, pero eso ya otro día—.

Las excusas

Agroecología
Excusas que nos damos para seguir comiendo carne

Como persona que lleva unos diez años en el ecologismo y unos cuatro en un vegetarianismo con muchas más excepciones de las que admitiría delante de un juez, tengo amplia experiencia en el tipo de trampas que nos hacemos para negar esta evidencia. En el debate que ha surgido a raíz de lo de Garzón han salido a relucir muchas de ellas.

Dentro de cada persona hay una parte que necesita sentir que estamos haciendo las cosas bien. Es difícil aceptar nuestra incoherencia y decir, sin más “pues sí, pienso que la carne se carga el planeta, también pienso que no quiero que el planeta se vaya a la mierda, y a la vez también pienso que el jamón me gusta y lo voy a seguir comiendo”. Esto no acabaría con el cambio climático, pero sí con bastante sufrimiento personal y una parte importante de Twitter. Y quizá nos abriría la vía a enfocar los problemas desde otro lado.

Pero en vez de hacer esto nos inventamos quince mil tipos de acrobacias mentales para justificar la conclusión a la que queremos llegar (aka que esto no es lo que parece y seguimos siendo seres de luz). Cuanto más te metes en estos temas, más repertorio tienes para las piruetas y acrobacias argumentales. Yo, personalmente, algún día iré a las Olimpiadas por esto.

Como no me dejan escribir tanto como para repasarlas todas, voy a ir con mis favs (no hay ni una, repito, que no haya usado en algún momento).

“Si yo en realidad casi no como carne”, (automáticamente seguido de) “bueno, embutido sí. Y algo de atún con la ensalada, claro, y luego cuando me ponen la tapa en un bar pues ya no le voy a decir que la quiten”. Como los señores que le dicen al médico que no beben pero luego le hacen el recuento y el médico acaba cirrótico perdido solo de oírlo. Si estás aquí, quizá lo primero sería hacer un inventario honesto y mirarlo a las claras.

“Si yo solo como la carne de mi pueblo, que es…” MENTIRA. Es mentira, estadísticamente es mentira lo que me estás contando, Jose Luis. Habrá unas cuantas personas en España para las que esto sea cierto, pero me arriesgo a decir que tú, que estás leyendo esto, no eres una de ellas. Es como lo de la gente que dice que en su pueblo se juega al mus a cuatro reyes. Como en el punto anterior, es posible que no estés haciendo un inventario honesto de lo que comes realmente. Es más probable que estés mintiendo para tener razón en una discusión contra alguien que te está dando la turra. He hecho las dos. Afortunadamente, en cuanto salga el sello de Ganadería Extensiva del que he hablado antes, podrás dejar de mentir (o no).

“Reducir la carne va a perjudicar sobre todo a la clase obrera”. Mira, más nos va a perjudicar morir ahogados o en llamas (ay, cuando pensábais que no podía ser más demagógica…) mientras los Cayetanos se meten en un búnker o se van a una isla. No, en serio, en España comemos mucha más carne de lo que es recomendable para la salud, mucha de ella en forma de procesados chungos. Para “la clase obrera” sería mucho mejor comer bastante menos carne y de mejor calidad. Además, implementar mecanismos de redistribución y control de precios es más fácil que lidiar con las consecuencias de seguir con una media de cuatro raciones de carne por persona a la semana. Usar este argumento es una manera de contraatacar a quien te está haciendo sentir mala persona, dando a entender que ella es peor (por condenar al ¿sufrimiento? de comer menos carne a la clase obrera).

“Los cambios individuales nos distraen del cambio sistémico, que es el importante”: pues sí y no. Esto me recuerda a lo de “las petroleras/multinacionales son las principales consumidoras de recursos del planeta". Claro, primo, ¿pero para quién te crees que están produciendo? ¿Que se lo quedan? Está claro que los cambios sistémicos son los más importantes. Generar otro tipo de sistemas económicos que pongan las necesidades de las personas por delante de la reproducción del capital, prohibir el 99% de la publicidad, dejar de construir infraestructuras que solo tienen sentido en un mundo adicto al petróleo, dejar de permitir a los bancos el crear dinero de la nada… Todo esto tendría millones de veces más impacto que el que tú dejes de comer pollo frito, pero en lo que el FMI te (nos) coge el teléfono, esto es algo que se puede hacer de forma paralela. En ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones tiene que haber menos carne, porque tendremos que vivir con el territorio del que disponemos y no podremos externalizárselo a otros países. Así que mejor vamos ensayando. Si has usado esta, lo más probable es que veas la importancia del tema, pero te dé vertiguito ponerte y prefieras dejarlo para otro momento más adelante, para el momento perfecto. Como dejar de fumar ya cuando acabes los exámenes/termines este pico de curro/vuelvas de las vacaciones, pero a nivel global. Una especie de procrastinación ecológica. Es comprensible, pero no va a funcionar.

No agobiarse, pero tampoco negar la evidencia

En resumen, los cambios nos dan miedito, que nos cuestionen nos produce rechazo, y todo lo que tiene que ver con eventos gigantescos que se escapan a nuestro control resulta confuso en cuanto a su impacto en nuestras vidas y, la verdad, se nos hace bastante bola. Una cosa por la que se puede empezar es por observar qué es lo que nos genera todo esto y cómo respondemos: ¿nos estamos haciendo alguna de estas trampas? (si no comes carne puede que te las estés haciendo con los aviones, con la moda rápida o con otra historia) ¿Hay algo en ti que tiene ganas de hacer las cosas de otra manera, o solo quieres hacer lo mínimo para que tus amigas ecologistas te dejen en paz? ¿Hasta dónde llega ese “algo”? Quizá tiene que ver con dejar la carne un día a la semana, o con pasarte a la leche de avena, o quizás quieras dejarlo todo y abrir un santuario vegano.

Forzarnos a cambiarlo todo de la noche a la mañana no tiene pinta de ir a generar cambios estables. Machacarnos por no ser capaces de hacerlo, tampoco. Está claro que necesitamos acciones con urgencia, y a la vez,que el mundo aún no está preparado para emprenderlas de forma masiva. Para poder realizar las transiciones que necesitamos en nuestros sistemas alimentarios no solo hacen falta subvenciones y BOEs, o que haya tofu en el Mercadona. También hace falta enfrentarnos a las reacciones que nos provoca el cambio, y este es un proceso lento y que va más allá de la pizza congelada. Observarnos, entendernos, aceptarnos, actuar desde ahí. Si tenemos urgencia y a la vez necesitamos procesos lentos, quizá tengamos que pensar en otras formas de concebir el tiempo y confiar en que nos sirvan. Seguir negando la evidencia, desde luego, no va a funcionar.